Nosotros estamos ahora en el cuento, pero somos aquello para lo que no hay palabras. ¿Sería el cuento un verdadero cuento si fuera capaz de verse a sí mismo? ¿Causaría impacto la vida diaria si estuviera constantemente explicándose a sí misma?
Sugiero que hablemos de la realidad, la cual es inmensamente grande y además increíblemente vieja. Aunque nadie sabe con exactitud de donde viene.
Piensa en el sistema solar, este es sólo una pequeña fracción microscópica de lo que llamamos ‘’la realidad’’. En conjunto la realidad consta de unos 10.000 millones de galaxias, una de las cuales es la Vía Láctea, y en ella el sol no es más que una más entre otras 10.000 millones de estrellas, aunque es precisamente ese sol el que se va a levantar sobre este planeta cada vez que pasa una noche, para que empiece un día completamente nuevo en la Tierra.
Sólo estamos aquí un breve momento, y colorín colorado…habremos desaparecido para el resto de la eternidad, la cual como sabes querido lector, va a durar muchísimo. Yo, por ejemplo, habré desaparecido dentro de algunos años o decenios, y entonces no tendré oportunidad de informarme acerca de lo que acurre aquí. Naturalmente, también habré desaparecido dentro de cien millones de años a contar desde ahora y, entonces, habré estado ausente durante exactamente cien millones de años, menos algunas semanas y meses incluido lo que queda de este día.
Lo que más me preocupa no es realmente que esta vida sea tan breve, lo que me molesta es que nunca voy a poder volver una vez que me haya ido, volver a la realidad, quiero decir. No tendría necesariamente que volver aquí, es decir a la Vía Láctea, si hubiera problemas de espacio, por ejemplo. Estaría dispuesta a considerar la posibilidad de otra galaxia, siempre que hubiera al menos un santuario para pensar y reflexionar. De modo que el problema no es despedirse, sino el no poder volver nunca. Para los que poseemos esas dos o tres circunvoluciones cerebrales (que podríamos decir de más) en algunos momentos las perspectivas pueden llegar a acabar con nuestra alegría de vivir, no sólo emocionalmente porque no se trata aquí solo de una provocación a las emociones, sino porque la propia razón va en contra. Podríamos decir que esas dos o tres circunvoluciones se afectan precisamente a ellas mismas, se muerden la cola, por así decirlo, y no sólo en broma, sino hasta sangrar; tienen, en otras palabras una naturaleza destructiva, y tampoco resulta fácil deshacerse de ellas. A un geco, por ejemplo le resulta más fácil deshacerse de una cola que está siendo atacada, porque para los humanos no existe ningún paralelo cerebral a la autotomía de los gecos. Es verdad que las sinapsis atacadas pueden ser anestesiadas durante unas horas, por ejemplo con algunos tragos de alcohol, pero se trata sólo de un alivio pasajero y no de una solución al dilema en sí.
Las partes del cerebro que no son estrictamente necesarias para las funciones vitales básicas es decir, las partes sobrantes, son, por otra parte, la condición misma de ese conocimiento que hemos adquirido sobre la evolución de la vida en la Tierra, ciertas leyes básicas de la naturaleza y la propia historia del universo desde el Big Bang hasta hoy. No son pequeñeces con lo que llenamos nuestro cerebro, ¿Sabes?
Esto da justo para tener una serie de ideas claras sobre la historia de la realidad, su geografía y la naturaleza de la masa. Pero nadie entiende nada de lo que es esa masa, al menos no por estas latitudes, y las distancias en el universo no sólo son enormes: son grotescas. La cuestión es si habríamos entendido algo más de lo que es el mundo, en el sentido más profundo, si el cerebro hubiera sido por ejemplo un 10% más grande o un 15% más eficaz. ¿Tú qué crees lector? ¿Crees que hemos llegado en nuestra orientación hasta donde le es posible llegar a cualquier cerebro, sea cual sea su tamaño? Porque no podemos ignorar la posibilidad de que pueda resultar prácticamente imposible entender más de lo que ya entendemos. En ese caso, es un pequeño milagro el que poseamos un cerebro que tiene el tamaño exacto para entender, por ejemplo, la teoría de la relatividad, las leyes de la física cuántica o el genoma humano. Pues en ese campo no existen muchos eslabones perdidos. Dudo que incluso el chimpancé más avanzado tenga alguna idea del Big Bang, del número de años luz que nos separan de la galaxia más cercana o, por qué no, de que la Tierra sea redonda. Resulta interesante en este contexto señalar que el cerebro del ser humano no podría ser más grande de lo que es porque habría impedido que las madres anduvieran erguidas. Me apresuro a indicar que, sin la postura erguida de los seres humanos, el cerebro no habría podido desarrollar el tamaño que tiene. Estoy señalando un equilibrio precario, e intentaré expresarlo de otra manera: Lo que podemos llegar a entender de este enigma en el que nos movemos puede, pues, depender de la pelvis de la mujer. Me parece inaudito que el conocimiento de este universo tenga estas limitaciones anatómicas tan banales. ¿Pero no resulta también enigmático el que esa ecuación carnal pueda resolverse? Tal vez resulte que la X de la ecuación es exactamente el ‘’Quantum Satis’’ es decir ‘’Quantum Satis’’ para que este universo en este momento sea consciente de sí mismo. La pelvis del ser humano tiene el tamaño exacto para que podamos entender lo que es un año luz, a cuantos años luz están las galaxias más lejanas y, por ejemplo, cómo se comportan los cuantos de la materia tanto en un laboratorio como en los primeros segundos tras la gran explosión.
Puede pensarse y no tengo problema para imaginar, un cerebro capaz, por ejemplo, de aprenderse de memoria todas las páginas de la Enciclopedia Británica. Ni siquiera me cuesta imaginarme un cerebro capaz de contener el conjunto de todas las experiencias de la humanidad. De lo que dudo es de si en un principio es posible entender mucho más de los secretos de este universo de lo que la humanidad ya comprende. De esta manera todas mis preguntas se reducen a si el universo en sí guarda más secretos. Quiero decir: si encuentras un meteorito, puedes dedicarte a adivinar cuánto pesa, cuál es su peso específico y de qué sustancias químicas está compuesto. Pero cuando se ha investigado todo esto, ya no quedan más posibilidades de seguir sacando secretos a la piedra. Entonces sólo es lo que es y lo que ha sido siempre. Luego se puede conservar y tal vez llenarse de polvo en un museo, pero nosotros no hemos avanzado, pues ¿Qué es una piedra?
Sólo digo que la época científica puede estar acercándose a su fin. Hemos llegado ya a la meta, y la meta es la consciencia del largo camino hacia la meta. Nos hemos presentado al universo y el universo se nos ha presentado expresamente. Tal vez la ciencia haya llegado al final del camino, eso es lo que quiero decir, tal vez sepamos todo lo que vale la pena saber. Y cuando hablo de ‘’nosotros’’ no sólo hablo de ti y de mí, lector, me refiero a todos los demás cerebros potenciales de todo el universo. En ese caso, y ésa es la teoría por la que me inclino en este momento, la realidad sufre de una incurable falta de nombre. ¿Quién soy?, pregunta la realidad. Pero nadie contesta. No hay nadie que nos vea o nos oiga. Sólo nos vemos a nosotros mismos.
Los humanos solo estamos presentes a medias en el mundo. Sabemos que nos vamos a marchar, sabemos que vamos a desaparecer del todo, y por eso estamos ya medio desaparecidos. Venimos de todo lo que hay y no vamos hacia ninguna parte. Cuando lleguemos a nuestro destino no podremos ni siquiera soñar con volver. Iremos al país donde ni siquiera se duerme.
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